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Escalada invernal

Quizá uno de los inviernos más nevadores que haya visto, y mi primera ascensión invernal.
Me encontré con Juan Carlos en Tunuyán para subir en una camioneta repleta de gente hasta la localidad del Manzano. En el trayecto al refugio Portinary el vehículo luchó con el terreno debido a la placa de hielo que cubría el camino, pero el Yagua conocía esas mañas. Pero en nuestro camino hacia la escaladasólo pudimos llegar hasta el Refugio Portinary debido a la cantidad de nieve que había. Firmamos los deslindes de responsabilidad de costumbre y emprendimos la caminata hacia el refugio Scarabelli.


No habíamos hecho ni 50 metros que ya encontramos el primer inconveniente: las correas de la mochila de Juan Carlos se cortan y dejan caer la carga. Pero no nos dejamos acobardar, Juan Carlos llevaba una mochila secundaria de unos 40 litros a la cual atamos la mochila grande para poder acoplarla a la espalda. Esto retrasó la marcha, mucho más de lo que habíamos calculado. La nieve no ayudaba, pues nos enterrábamos hasta la rodilla y a veces hasta la cintura.

. Luego comenzó a nevar con fuerza mientras la noche alcanzaba a los escaladores. Juan Carlos estaba cansado y con toda razón, acarrear la incómoda carga con crampones y piolets en la condiciones dadas fue realmente agotador. Y propuso pegarse la vuelta debido a que no encontrábamos el refugio y las condiciones no eran buenas; si bien el viento blanco había parado, el frío, la hora (10:30 de la noche), y la larga exposición a los elementos.

Pero yo sostenía que el refugio no estaba lejos, es más nos encontrábamos en alguna parte alrededor de él.
Luego de buscar una media hora, Juan Carlos avistó una viga del techo que asomaba de una loma de nieve. Efectivamente habíamos encontrado el refugio de alpinismo. Material de aseguramiento, cuerdas y parabolts descansarían junto a nosotros. totalmente enterrados en la nieve (tengamos en cuenta que el refugio mide unos 3 metros de altura aproximadamente).

Allí nomás prendimos una luz química mientras preparábamos las linternas y la pala para comenzar a cavar.
No tardamos mucho en entrar, hacía mucho frío, tanto que el ejercicio de palear nieve no lo disimulaba. Y tuvimos que entrar por la fuerza, pues la puerta estaba sellada por una columna de nieve dura que se había colado por el costado y por un pequeño agujero en el techo; así que la agarramos a patadas y entramos.

Había mucha nieve adentro, pero nos acomodamos bien, pues el refugio, cuando hay pocas personas es muy cómodo (si bien todavía no contaba con la galería y el sector de cocina y baño que tiene ahora).
Estábamos muy agotados y Juanca más todavía. Así que derretimos nieve y comimos algo rápido.

Dormimos mucho. Pero mucho. Tanto que no nos despertamos para atacar el cerro al día siguiente. Aunque el día era hermoso. Y aunque me tentaba emprender el ascenso solo, a ascensión quedaría pendiente para otra oportunidad (2 años después, para la misma fecha comprobé que hubiese sido una locura internarme en la canaleta solo y sin experiencia en nieve).

El regreso fue disfrutado, apacible descenso entre nieves donde apenas se divisaban con dificultad las huellas de nuestro ascenso; y liebres que salían y se escondían aquí y allá.
Al llegar al refugio Portinary nos encontramos con el Leo Rodríguez y unos amigos que estaban escalando en las paredes de atrás del refugio.
Le comentamos que deseábamos llevarnos al menos un cerro de poca altura, para no irnos con la manos vacías. La noche fue muy acogedora en el interior del refugio militar, realmente un lujo.
Al otro día nos levantamos a eso de las 8 y desayunamos algo rápido y nos fuimos al cerro Verde, un morro de 3100 metros que se encontraba bastante nevado. Es ascenso fue sin penas ni gloria y al llegar al filo comprobamos que el Leo estaba equivocado: había nieve hasta el culo.

Llegamos a la cumbre con una muy linda vista a pesa de ser un cerro muy bajo y de los primeros en la zona. Pero vimos toda la quebrada del Cajón de los arenales resplandeciendo en un fulgor blanco (comúnmente llamado fuego del glaciar); los Picos Gemelos al fondo de la quebrada, el Punta Negra frente nuestro, el Pircas reinando la quebrada… y hacia abajo, el valle donde el Manzano, Tunuyán a lo lejos.
Estuvimos un buen tiempo en la cima, imaginándonos qué estarían escalando el Leo y sus amigos en las paredes de enfrente.

Y bajamos. Por el filo muy tranquilos, siguiendo las huellas de un guanaco errante. Descendiendo por la ladera zigzagueante , entre nieve y piedra, hasta llegar al arrollo. El arrollo donde Juan Carlos fue a parar luego de un salto para cruzarlo y un ataque de carcajadas paralizante.
Y así emprendimos el regreso al otro día, luego de un agotador ascenso, un ataque frustrado, un descenso disfrutado, y una cumbre no planeada.

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